A todos la cuarentena y la pandemia de 2019 nos tomó por sorpresa, para un par de viajeros acostumbrados al movimiento la quietud resultó bastante intensa de navegar.
Mientras esperábamos noticias de la apertura de fronteras en Argentina, lugar en donde tuvimos que pasar el encierro, encontramos en soñar la mejor manera para intentar no caer en la locura y el caos mundial. Desde que pisamos territorio gaucho habíamos escuchado la frase «Tienen que visitar el sur», como si ese lugar fuera incluso mítico para los locales, un territorio tan inhóspito como desafiante se abrió ante nosotros con la posibilidad de ser explorado.
El primer intento de ir hacia el sur lo hicimos no más enterarnos de que estaríamos encerrados por más tiempo del previsto, intentamos alquilar un departamento en alguna provincia del sur de Argentina, las opciones eran varias y debido al caos mundial, los precios de los alquileres nos favorecían, no así las políticas restrictivas en carretera y de ingreso al territorio, si ya era difícil moverse para los locales, para nosotros resultó imposible, estábamos un poco presos de Buenos Aires, así que terminamos por conseguir un par de casitas lo más alejadas posible de capital.
Transcurrieron más de 7 meses de encierro, los ahorros mermaban y el trabajo también, no podíamos salir a la calle a ejecutar algún plan B haciendo dinero en carretera como cualquier viajero y para nosotros aún en calidad de turistas era imposible movernos a otra ciudad para seguir la ruta. Mientras aguardábamos el momento, empleamos parte de nuestras energías en hacerle arreglos a la Libia y mientras tanto soñar con estar en la Patagonia en bicicleta, pero también en enfocarnos, crear un plan y accionar por él, para ese momento no teníamos más que una sola bicicleta, mucho menos equipo de ciclismo, alforjas, dinero suficiente, planificación y menos la posibilidad real de estar ahí, transcurría el invierno y éramos dos casi caribeños muertos de frio, hablando de kilometros a pedal en uno de los lugares mas fríos del continente, una escena a grandes rasgos discordante, y vista ahora en retrospectiva bastante cómica, en ese momento lo importante era soñar, eso al menos no nos lo podría arrebatar ninguna pandemia.
La primer parte del plan, era dejar a la Libia en buen resguardo y salir en Avión de Argentina a Colombia, por lo menos en la tierrita, podríamos movernos y eso ya era mucho más que el encierro constante en un país desconocido, luego en casa veríamos como seguir, así es que con lo ultimo que nos quedaba de ahorros, vaciamos nuestras cuentas y compramos 2 pasajes a Medellin. Hay cierta particularidad que tiene vivir viajando y es que no son pocos los momentos en los que hay que tomar decisiones radicales, como si se tratara de una partida de poker, hay que ir All-In, poner la mejor Poker-Face y confiar en que esa será la mejor jugada, casi siempre uno termina por engañar al destino y poner la partida de su lado. Esta decisión no fue diferente.
Pensábamos estar 3 meses en Colombia, ¡resultaron ser 11!, no es que uno no ame la tierra, que no extrañe a la familia y los amigos, o que no sea agradecido con todas las historias del terruño, pero no hubo una semana de todos estos meses en los que no desearíamos estar de nuevo durmiendo en la Combi-Libia, teniendo al mundo como patio, llenándonos de nuevas anécdotas y sintiéndonos en la libertad que nos da vivir en la carretera, cada trabajo que hicimos, cada minuto frente al computador, cada ahorro, emoción, planificación y acción estuvieron enfocadas siempre en ir al sur del continente, en rescatar a la combi de Buenos Aires y poder estar pedaleando el sur.
Podrán pensar que en ese estado de ansiedad por lo que viene, uno no se permite vivir el presente en su magnitud, pero en verdad lo que sucedió es que soñarnos en la Patagonia nos hizo concentrarnos en conseguir trabajo para ahorrar, disfrutar cada arepa porque por allá tan lejos no tendríamos como, disfrutar de los nuestros porque pronto no estarían cerca, entrenar porque lo que se venía era cuando menos intenso, jamás dudamos de que se nos daría, con el foco y la energía de todo nuestro ser puesta, siempre dimos por sentado que el destino nos llevaría a la Patagonia, hablábamos como si ya tuviéramos un pie en el sur, actuábamos como si las fronteras estuvieran abiertas, con la seguridad de estar más allá que acá, todo confluyó como debía, todo se dio en un tiempo tan perfecto que incluso nos costo entenderlo.
Todas las semanas de estancia en Colombia las pasábamos pendientes de la fecha en la que el gobierno Argentino decidiera dejarnos entrar, estábamos más enterados que los propios argentinos de las políticas externas del país, en contacto siempre con la aerolínea que nos tenía el pasaje de regreso «congelado». Un día la noticia llegó, Argentina abriría para el verano las fronteras con los países de Latinoamérica, ni la navidad la celebramos tanto, hubo pequeños grititos de emoción, saltos de un lado a otro de la casa, y un éxtasis como de quien gana la lotería, nos enredamos en un abrazo tan largo y grande como el tiempo de espera, como nuestra ansiedad, como nuestro esfuerzo por regresar, como nuestras ganas de ver a la Combi-Libia, como el agradecimiento de estar vivos, juntos aún y ahora de nuevo en rumbo a la Patagonia Argentina.