La cuarentena nos tomó recién entrados a la República de Argentina, habíamos decidido celebrar el cumpleaños de Juan en un nuevo país, y ya habiendo vivido las convulsiones políticas de Bolivia, disfrutado de sus fiestas y navegado por sus paisajes, desde la Amazonia hasta el gran salar, sentimos el llamado de la frontera.

Tan solo 15 días después de ingresar a territorio gaucho y mientras dormíamos en Libia a las orillas de un arroyuelo, nos despertamos con al menos media docena de policías rodeándonos, un par de días antes habían cerrado fronteras y en el ambiente se respiraba un aire de rareza y temor, aún medio dormidos salimos de la combi ante la petición de la policía que al enterarse de nuestra calidad de turistas nos pidieron que «nos regresáramos a nuestro país», una petición a grandes rasgos descabellada, ¿regresarnos?, ¿regresarnos por dónde?, ¿regresarnos a qué?. Nos miramos medio atónitos, sin saber muy bien cómo responder, nos defendimos argumentando el cierre de fronteras, no teníamos otro lugar para pasar el encierro obligatorio más que nuestra casa rodante, no conocíamos a nadie en territorio y estábamos a miles de kilómetros de Colombia. Ante la situación sucedió un evento que transformaría hasta hoy nuestra estadía en aquel país: la policía no tuvo de otra que abrir el camping municipal para alojarnos hasta encontrar una solución viable.

El camping lo abrieron por nosotros, pero tardo menos de una semana en llenarse de viajeros varados en las montañas de Humahuaca, los que estaban en los hostales o en el pueblo fueron devueltos a sus sitios de vivienda en buses abarrotados de gente, en dos días la ciudad se quedo vacía y estática, a nosotros nos apostaron un guardia en la entrada al que teníamos que darle explicaciones cada vez que salíamos a hacer las compras, y cada tanto llegaban uno o dos cicloviajeros que no se habían dado por enterados de la pandemia y a los que la policía fue a sacar de entre la montaña. Al final terminamos siendo una docena de personas, una más colorida que la otra, conviviendo en medio de la incertidumbre.

El último en llegar fue Leandro Protopapa, alias el Proto, quien después de recorrer a pie cientos de kilómetros, pasar el Titicaca en una barca que se giro en medio del lago, ser atracado por policías bolivianos y con una mandarina hace dos días en el estomago, se convertiría en nuestro mejor aliado y amigo en toda Argentina. Nos basto un café calientito y un desayuno a modo de bienvenida mientras nos contaba sus pericias para llegar a Argentina, para que entre nosotros se tranzara una amistad indeleble en el tiempo.

El parche de varados lo completaban un vagabundo alcohólico que estaba a punto del delirium tremens, un malabarista de los machetes Colombiano que, indocumentado desde Ecuador, viajaba con su mejor amigo perruno, dos parejas viajeras oriundas de Argentina y otro indocumentado argentino antisistema que venía desde Comodoro; un panorama humano tan rimbombante que hasta nuestro propio ermitaño teníamos.

De repente aquella amalgama de personas totalmente desconocidas nos vimos conviviendo como familia siendo “Los nadie” de Humahuaca, de nosotros hablaban en la radio como «los varados», la municipalidad nos enviaba comida, los vecinos se debatían entre sentir una especie de pena y rechazo, aquel lugar nos enseñó mucho, aprendimos de convivencia, de aceptación, aprendimos a tomarnos la vida, si es que es posible, mucho más tranquila, lo que quedaba era apostarle al vino, a la extravagancia en medio de la locura mundial, encerrados en medio de montañas, vivíamos sin darnos cuenta, quizá uno de los momentos más libres en comunidad. En ese camping, durante el comienzo de la mutación del mundo, fuimos los reales dueños de nada, los ningunos de Humahuaca.

Luego de un mes y ante la cuarentena más larga del mundo, se abrieron por tres días las fronteras entre provincias para que las personas varadas regresaran a sus sitios de origen, Proto quien ya había planificado su viaje a Buenos Aires estaba a punto de partir, no sin antes habernos ofrecido su casa en Buenos Aires que estaba más de 2000 kilómetros de allí, nos fuimos a la cama pensando en las cartas que teníamos por jugar. ¿Qué queríamos hacer? ¿Qué era lo más sabio, lo que más nos convenía? Barajamos nuestras posibilidades, de quedarnos corríamos el riesgo de no tener más sitio en el camping, de irnos caminaríamos a un encierro en las fauces de la Gran Buenos Aires, perderíamos la pequeña ventana a la libertad de estar en medio de las montañas y adentrarnos a la convulsiva ciudad nos producía cierto desconsuelo. Al final, después de mucho pensar, decidimos apostar por movilizarnos e irnos con el Proto a capital. La siguiente decisión eran nuestros acompañantes, todos necesitaban un transporte y nosotros teníamos el único disponible, pero no entrabamos todos, teníamos que decidir a quién llevar.

Como era de esperarse de este par de personajes que narran la historia, decidimos llevar con nosotros a los más rayaditos de todo el parche, así que en la Libia terminamos con dos indocumentados, el Proto y el perro del camping, la decisión nos costó mucho más de lo que hubiéramos podido prever.

Encima se nos vinieron más de 30 retenes policiales, no hubo uno solo al que no tuviéramos que enredar para que nos dejaran pasar con los parceros sin documentos, el más legal en el país era el perro; con los policías de Santiago del Estero no pudimos, nos hicieron regresar mas de 100 kilómetros para bordear su provincia por viajar con ilegales, en medio de esos 2000 kilómetros que nos separaban de Buenos Aires hubo intentos de estafa por parte de los defensores de la ley, convencidas a punta de quenas y tambores, perros antinarcóticos revisando hasta el ultimo rincón de la combi y un sin numero de intrincadas historias que nos armábamos según el policía de turno para convencerle de dejarnos pasar. Escoltados siempre de bomberos o policías por varios tramos de la carretera con el objetivo de no perdernos de vista para que no nos quedáramos en sus provincias, hicimos en 4 días, casi sin comer y sin dormir, el recorrido que nos separaba de Humahuaca a Buenos Aires, nos motivábamos pensando en una ducha caliente, en un techo, una milanesa con papas y un porro al llegar; en un punto solo nos movía el delirio, el convencimiento de que lo lograríamos y de que esta historia se quedaría en todos nosotros con tinta indeleble en la memoria, al fin y al cabo, estábamos seguros que nunca más la vida nos llevaría a una aventura en donde atravesáramos todo un país con carreteras vacías, en medio de una pandemia mundial y «traficando personas».

Y sí, al final pisamos Buenos Aires, tuvimos sobre nosotros un techo para pasar el invierno que ya estaba presente, la milanesa con papas, el porro y un posgrado en «enredar» policías argentinos en medio de una crisis mundial. De esta historia nadie nos quita lo bailado.