El Carnaval de Oruro es probablemente uno de los festivales andinos más grandes y majestuosos de toda Latinoamérica. Sabíamos de su existencia desde meses atrás, pero no fue hasta que decidimos establecer un punto de encuentro con dos de nuestros mejores amigos, que venían a un pequeño road trip con nosotros desde Colombia, que definimos vivir esta colorida experiencia.
Llegamos una semana antes a la ciudad con el objetivo de buscar un espacio para la comodidad de nuestros amigos, sin embargo, la ciudad para ese entonces ya estaba abarrotada de gente que venía de diferentes lugares del mundo, los pocos lugares que quedaban ofrecían alojamiento a costos exagerados, por lo que como buenos exploradores decidimos ir a buscar un lugar donde acampar o que nos ofreciera una alternativa viable para disfrutar del carnaval. Fue así como llegamos a Chuzaqueri, una «población» sin habitantes y repleta de casas preincaicas de barro y paja que ofrecían un paisaje que desbordaba la imaginación.
No sabíamos que estábamos a punto de vivir una experiencia inimaginable que solo se da una vez al año: ver el nacimiento del Lago Uru Uru. Al llegar el escenario lucía como un humedal, con pequeños charquitos que asomaban en uno y otro rincón, después de una semana de intensas lluvias el panorama se tornó en un espectáculo que solo este lugar podría proponer, ante nuestros atónitos ojos una gran masa rosada de agua tomó forma creando un lago que atrajo a cientos de flamencos rosados que atraídos por las algas que le dan el color característico a su plumaje llenaban todo de un color que combinaba con sus atardeceres perfectos.
El lugar, además de asombroso, estaba deshabitado, por lo que la sensación de olvido y tranquilidad lo inundaba todo; hasta este punto de la historia todo lucía pacífico y lleno de mágia, hasta que en la escena entro un carro sin identificación con supuestos policías en búsqueda de una camioneta blanca, al acercarse a indagarnos nos invadió una especie de inseguridad que solo pueden proponer los eventos en los que las armas estan involucradas, decidimos entonces ir un poco más adentro en búsqueda de agua y quizás un espacio en donde sentirnos más seguros. Al internarnos en la montaña y en medio de la casi nada nos salió al paso el único residente de Chuzakeri: don Víctor Sepúlveda, un chileno que desde hace más de 35 años vive en Oruro y que desde entonces ha tocado en todos los carnavales, un personaje del que no medíamos magnitud hasta ese punto del camino. Víctor, con la amabilidad que lo caracteriza, nos invito a su hogar, una casa hecha de su propia mano con materiales de bioconstrucción, armada con conciencia y amor por la naturaleza, todo un espacio de experimentación, música y muchas historias de viajes por todos los continentes. Al fin habíamos encontrado base para disfrutar el Carnaval y recibir a nuestros amigos.
Al iniciar el Carnaval la ciudad de Oruro se llenó de colores, desde todos los rincones los danzantes salían a inundar las calles de musica y bailes, en Oruro se respira historia y mucha, cada uno de los bailes tradicionales ilustra una historia de conquista y resistencia, cada traje tiene bordados que han tomado meses en ser terminados a mano, aquí los danzantes son idolos, no cualquiera puede ser un caporal o vestir un traje y formar parte de una comparsa, hay mucho juego de estatus económico en todo el carnaval, los danzantes son quienes pagan a los músicos, los trajes finamente elaborados y por supuesto las grandes cantidades de alcohol que circulan, para ser caporal se debe tener con qué.
Desde todos los rincones de Bolivia las comparsas se reunen en el carnaval en una procesión hacia la virgen del socavón, el destino final de todos los danzantes que exahustos de horas de baile llegan de rodillas a rendir tributo a la virgen, pero tambien al Diablo, al «tío» que habita en las minas y al que se le lleva ofrendas para que siga protegiendo a los mineros.
Oruro es una conjunción de tradición, fiesta, historia y devoción, hay que vivir el carnaval para entender la mezcla entre Dioses y demonios, hay que danzar hasta caer rendido ante la virgen y el Diablo, hay que respirar la exaltación, la sobreexitación que transmiten los danzantes, hay que sentir como el carnaval te atraviesa la piel. Nadie sale igual del Carnaval de Oruro, a nadie se le pueden olvidar los brillos, la locura etílica, la ausencia de silencio, la historia que cuenta la tradición.
Sin saberlo asistimos al último Carnaval antes de pandemia, sin saberlo llegamos al hogar de quien sería el músico homenajeado de ese año, sin saberlo vivimos el nacimiento de un lago. Oruro nos sorprendío por mucho más que el Carnaval. De algo estamos seguros y es que es improbable que tanto color abandone alguna vez nuestra memoria.